domingo, 4 de febrero de 2018

ConFEsiones de superación

ConFEsiones de superación
            Por alguna extraña razón, simpatizan con todo el mundo, aunque especialmente con los más pequeños.
            Su vivo color, un mareante número de patas y curiosas antenas lo hacen llamativo. Su expresión mezcla entre amenazadora y tierna apenas inquieta a adultos, tampoco a los valientes chavales. Lo más curioso de todo es, sin embargo, su forma de andar de lado, hacia atrás... Un espíritu libre. A contracorriente de olas, de la marea, ¡de toda la naturaleza!
            Desconozco qué detalles harían que una enfermedad tan complicada tomara su nombre ¿será por características físicas de los tumores? ¿por el dolor como una pinza atenazando? ¿por la intensidad tan viva de los síntomas como su color? ¿por el penetrante sabor de su carne equiparable a su potencial dañino para invadir e incluso acaba con a su huésped?
            Preferiría recordarlo como el cuarto signo del zodiaco, inofensivo en sus locas predicciones del horóscopo; o cómo un crustáceo apetitoso que me evocara una deliciosa parrilla de marisco. Pero no fue así, también nos marcaste a nosotros.
            No me quiero hacer la víctima porque no fui yo quien lo vivió en forma activa, sino pasiva, pero también conocimos esta otra acepción de lo que significa un cáncer. Ocurrió hace ya casi cuatro años.
- ¡Ay, Madre (digo ¡Padre!), que se me muere mi papá!
            Primero fueron extraños síntomas que hicieron que un hombre fuerte y deportista como tú, aunque septuagenario, se viera mermado. Después se sucedieron  las múltiples pruebas y, por último, el día más temido: el diagnóstico.
            Entonces reflexionas y asimilas que aunque pareciera un animal encantador, posee toscos rasgos amenazantes: fuerte coraza, robustas pinzas y una cara cuyas fauces en primer plano parecen los tentáculos de un monstruo.
            Podrías haberte mostrado asustado, pero jamás lo insinuaste. Apenas indiferente. Yo en cambio, me sentía pequeño, lejos, incapaz; como si el centenar de kilómetros que separan mi trabajo en Yecla de tu domicilio en Murcia supusiera todo un vasto océano. Cualquier evento externo o desgracia en el telediario o los periódicos me afectaba más que hacía unos días... Vulnerabilidad lo llaman.
            Yo, un hijo, uno de cuatro.
            Ser hijo está sobrevalorado hoy día. Estamos en el foco para la sociedad, asimilándonos al futuro y la esperanza al mismo tiempo; por eso tal vez demasiado frecuentemente omitimos la obviedad. Los verdaderos e importantes sois los padres, papá y mamá ¿Qué sería de nuestra sociedad actual sin estos padres y abuelos capaces de mantener a tanto parado y desamparado, y a los hijos, nietos...e incluso bisnietos? ¡Cómo perderos!
            Necesité de ayuda profesional, no un psicólogo cualquiera. Uno brillante capaz de levantarme de mi desmoronamiento. Mi equilibrio estaba roto, los pensamientos se habían desvirtuado en una sinfonía de temores, los muros fundamentando mi personalidad se agrietaban y una angustia desbordante implosionaba en mi ser. Un mes atrás, mi primera preciosa hija se había soltado a andar, pero yo sentía que no merecía esa felicidad en este momento. Todo quedaba eclipsado en segundo plano.
            Noches enlazaban con el día con la ansiedad multiplicada consumiéndome por replicación como el virus cuando invade la célula sana.
            La Educación recibida me había enseñado a sonreír y a vivir los momentos de disfrute, pero no a tolerar la enfermedad ni plantar cara a la muerte.
            Tú desprendías juventud y fortaleza para que la quimioterapia y la radioterapia te minaran así, pero no había otro camino, más que adelante. Tú, implacablemente asumiendo "como un hombre" la realidad, aportabas serenidad a la familia dentro de la inquietud interior. Yo, acongojado, incapaz de imaginar una vida sin ti y destrozándome ante esa limitación; encogido e incapacitado para afrontar maduramente este envite desde el presente.
            Toda una lección de vida: el enfermo tan sereno y el sano apocopado por sus fobias ¡Qué paradoja! Hasta vergüenza me da ahora mirándolo en perspectiva ahora que todo ha pasado.
            Descubrí en mi un gran déficit pedagógico, asimilable a escuela y sociedad:
- aprender y enseñar para ser capaces de tolerar la enfermedad y la muerte, y
- convivir saludablemente con ambas.
            Ahora ya lo has superado, Papá y solamente puedo decirte: TE QUIERO, Gracias.
Gracias a la vida por darme un padre como tú;
por darme este bis que quiero aprovechar;
por aguantarlo todo desde mis broncas adolescentes hasta mis cabezonerías constantes;
por presumir siempre tanto de mí, exagerando a la enésima potencia (como buen almeriense);
por dejarte embaucar en los planes que os propongo (querais o no);
por darme tres hermanos  maravillosos y por escoger una madre tan perfecta y cariñosa;
por tu vida de lucha, por recurrir hasta el pluriempleo para poder alimentar a tus hijos;
por fraguarte un futuro brillante cuando la pobreza y la miseria te acechaba en San Cristóbal y por haberlo superado creando esta gran familia.

            Pero no solo por mí, ni por nosotros. Por enseñarme tu originalidad, por vivir tan dignamente, por hacer lo que te da la gana siempre, incluso cuando cuidas de personas que habiendo perdido el apoyo de todo el mundo cuentan contigo para tomar un café caliente, contar con una manta para abrigarse o para poder comer.
            Por traerme cuatro periódicos al día desde pequeño, por tu calma en las ocasiones que lo merecen, por animarme a aprender y hasta por financiármelo en alguna ocasión.
            Recuerdo cuando nos bañábamos en la profundidad de la playa en La Manga sujeto a tu cuello paralizado imaginándome tiburones o bloqueado en lo alto de la noria durante la Feria de septiembre, siempre tenías una historia increíble (y real) que contarme, como tus doblajes en Lawrence de Arabia, tus historias de la mili o en el castillo de Almería, para hacerme pasar un buen rato.
            Esta vez también lo conseguiste, a pesar del cáncer.
            Sabremos aprovechar esta oportunidad para disfrutar en familia juntos y que disfrutes de mis hijas, tus nietas.
            Nuestra historia de superación: tú con el cáncer, yo con el miedo, las fobias y el descontrol que solemos sufrir las familias ante la incertidumbre.

            ¡Ganamos! Mi premio eres TÚ. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario